domingo, 8 de mayo de 2011

Dulces mañanas.

Chloé se levantó un poco tambaleando de la cama desecha y con olor a manzana. Manzana que la noche anterior se había camuflado entre pliegues de sábana dobladas después que Charlie la agarrara por la espalda y la hubiera desnudado en un abrir y bajar de pestañas al borde de la cama. Se giró, y ahí estaba él, durmiendo como un ángel, como un pequeño sol. Sintió un poco de nostalgia por dejarlo ahí durmiendo, solo; entre sábanas blancas susurrando una caída libre al pecho de su amado. Pero no lo quería despertar, quería hacer algo antes de ver sus dulces ojos brillar. Salió dando pequeños brincos sobre el suelo frío. El suelo no estaba totalmente desolado, habían unos CD’s tirados por el suelo, algo que le dio rabia al pisar uno de ellos y hacerlo añicos. Un CD’s poco importante a su suerte. El día estaba soleado, pocas nubes y pájaros cantando en lo alto de una montaña. Pájaros que se imaginaba, porque sólo se escuchaban los sonidos de los coches y las voces altas de personas de pisos contiguos. Sacó unas naranjas de la nevera, y se dispuso a exprimirlas. Pensó en que tal vez cuando se casaran necesitarían un exprimidor, porque cada mañana haciendo ejercicio medio dormida no era una buena idea. El sonido de unos pies arrastrándose por el suelo la sobresaltó. Ese olor, ese Buenos días amor, le sonaba como un canto para sus sentidos. Un abrazo inesperado por la espalda, le sacó la primera sonrisa de la mañana.

-          ¡Ya me he acostumbrado a esto amor! – Chloé se giró y le dio un beso en sus labios.

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